sábado, 21 de agosto de 2010

La piscina, Pura vida 4




Ahora que quedan diez días para que termine agosto, el mes oficial para las vacaciones de millones de personas, miro un poco hacia atrás y analizo mi vida.....Hace mes y medio que llegó Laika a mi casa, en Málaga, los días estivales son jornadas de playa o piscina, o ambas. Ha habido ratos para leer Cometas en el cielo, para ver a Estrella Morente en Benalmádena Pueblo, de conocer nuevos amigos en los intercambios de idiomas que Michelle y Brian organizan todas las semanas en su local detrás de la casa natal de Picasso. Para disfrutar de charlas junto a la piscina en la compañía de mis vecinas África, Lola y Maribel. Y ya van tres años, tres veranos que compartimos juntos los cuatro, con la compañía de los hijos de África y el nieto de Maribel. Tiempo incluso para sufrir varios cólicos, de los que afortunadamente ya me he recuperado. Tiempo para escribir un relato para un concurso. Incluso para reunirme con mis buenos amigos en un domingo para recordar, con cosas ricas para almorzar, tarde de sol y agua, charlas amenas, lecturas de relatos por parte de Marga Souviron o simplemente leer El País y comentar las noticias más interesantes tumbados en el cesped de la piscina. Se repite muchas veces esta palabra en el texto pero cuando un lugar tiene tanto protagonismo en la vida, debe tener la misma importancia en la entrada del blog....Pura vida amigos!


Este verano también lo recordaré porque conocí a Iasim y Mezin, dos chicos marroquies muy simpáticos, con los que practiqué el francés aprendido durante el curso escolar, mientras pasaron un tiempo de vacaciones en el lugar donde habito. Y esta palabra me lleva a mencionar La piel que habito, la nueva cinta de Almodóvar, que empieza a rodar la semana próxima con Antonio Banderas, Elena Anaya y Marisa Paredes. Un thriler basado en la novela Tarántula que promete emociones fuertes y que será la decimooctava película que nos regale el manchego. Y por supuesto, no pueden faltar las tardes en la playa nudista cerca de casa, gozando de la intensidad del sol y de la belleza de los cuerpos. Ni una noche en un camping delicioso en Maro o una jornada estupenda en la cala de Cantarriján que Laika rebautizó con su habilidad para crear nuevas palabras, como Cuadratirán. O una noche de poemas en Nerja, rindiendo un merecido homenaje a Miguel Hernández y Luis Rosales. Y si me paro a pensar en qué foto podría poner para ilustrar esta primera entrada de la piscina, difícil me lo pongo, aunque al final he elegido dos.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Cala de las Alberquillas (Maro)


Tal y como dice mi buen amigo Alex, o estoy muchos días sin colgar nuevas entradas, o las pongo a pares.

Asi que esta va muy dedicada a él. Una tarde de julio, con dos buenas amigas, la playa a última hora, cuando el sol ya estaba poniendose.

Besos cálidos para todos.

El chico de la bicicleta

María siempre salía de su casa a las 8.20 de la mañana y se dirigía a la parada del autobús. Iván dejaba la casa de sus padres a las siete y media y recorría varios kilómetros hasta llegar al taller donde llevaba trabajando cuatro meses. Había un paso de peatones que ambos cruzaban todas las mañanas y en ese preciso momento se observaban. Siempre lo hacían hasta que sus miradas coincidían y uno de ellos rehuía los ojos del otro. Llevaban direcciones opuestas. Algunos días cuando Iván se retrasaba unos minutos, eso hacía que se encontrasen delante de la parada donde ella tomaba el autobús. Y ella no solía percatarse que Iván pasaba por detrás, observándola y deseando que ella se diese la vuelta para intercambiar, de nuevo, aunque fuesen un par de segundos, sus miradas.
María trabajaba en la casa de unos señores. Había dejado Argentina hacía varios años, buscando un presente mejor y dejando a sus dos hijos allá en la distancia. Cada día que veía a Iván, no podía evitar pensar en su primogénito, pero el sentimiento que tenía hacia ambos era muy distinto. María llegaba a su trabajo a las nueve de la mañana y allí permanecía doce horas. Los señores le daban una hora para el almuerzo pero nunca salía para comer.
Iván había dejado sus estudios por falta de motivación y de buenos resultados y sus padres le habían exigido buscar un trabajo si no iba a continuar con su formación. En el taller desde el principio lo habían tratado bien, era un chico despierto y aprendía rápido. La mecánica le parecía mucho más interesante que tener que estudiar latín, o leerse a Platón, o aprenderse la lista interminable de los verbos irregulares. Cada día que veía a María, se acordaba de Alicia, la mujer que le había cuidado de pequeño. Las dos tenían el mismo pelo negro, los mismos ojos de mirada dulce y cristalina y una sonrisa noble que hacían intuir a cualquiera que las viese, las buenas personas que había tras esa fachada de simpatía y cordialidad.
María estaba apunto de cumplir los cuarenta y cuatro años y todos los días se preguntaba cuándo el chico de la bicicleta tendría el valor y el arrojo de saludarla. A Iván le faltaban meses para cumplir la mayoría de edad y no encontraba el momento de saludar a la mujer de tez morena, hasta aquel día que la pobre tropezó y se calló de bruces contra el suelo. La bolsa que llevaba se rompió y todas las naranjas salieron desperdigadas por la acera. Iván dejó por un momento su bicicleta, le preguntó si se encontraba bien y fue recogiendo una a una todas las naranjas. A María no le importó caerse, ni retrasarse en su trabajo, hasta se olvidó por unos instantes del dolor en sus rodillas y manos, porque por fin iba a descubrir el nombre del chico de la bicicleta.